A la mayoría de futbolistas o simples aficionados al fútbol, cuando les preguntan qué gol les hubiese gustado marcar, responden que el de Diego Armando Maradona a Inglaterra en el Mundial de Méjico ’86. Uno, sin embargo, preferiría haber sido el autor del gol de Marco van Basten a Rusia en la final de la Eurocopa de 1988.
Se cumplieron hace poco los 25 años de aquel gol; un gol que, a nivel de equipo, sirvió para dar a Holanda el título que, en cierto modo, le debía la historia y que a nivel individual sirvió para encumbrar a Marco van Basten como uno de los delanteros más elegantes que ha dado la historia.
Aquel centro colgado desde la izquierda por Arnold Mühren, creo recordar, pareció iba a perderse por la línea de fondo hasta que, en la esquina derecha del área pequeña, apareció la pierna derecha de Marco van Basten para ejecutar un fantástico escorzo, “cazar” la pelota y alojarla en el lado contrario de la portería de un atónito Rinat Dassaev.
Aquella Holanda de Gullit, van Basten, Rijkaard, los hermanos Koeman… dignísima heredera de aquella de la década de los 70, encabezada por Cruyff, consiguió el entorchado que a aquella se le escapó. Donde la generación de Cruyff fracasó fue en las finales de los Mundiales de 1974 y 1978. La de van Basten triunfó en la Eurocopa de 1988.
Una Eurocopa a la que van Basten llegó sin ser titular al haberse pasado casi toda la temporada 1987/88, su primera en el Milan, en blanco debido a una lesión de clavícula. Pero fue decisivo en aquella Eurocopa al ser su máximo goleador y meter en la final un gol para la historia.
Lo que vino después es por todos conocido: tres balones de Oro y todos los títulos posibles a nivel de club, entre ellos, dos Copas de Europa con el célebre Milan de Sacchi o Milan “de los holandeses”…
Y después, lo que ni él ni ningún aficionado al fútbol hubiese deseado: las lesiones, que le tuvieron casi tres años fuera de los terrenos de juego y le obligaron a retirarse en 1995. Maldito tobillo.
Maldito tobillo que nos privó de uno de los mejores delanteros que uno ha visto. Un delantero que era la elegancia personificada sobre un terreno de juego; un delantero que tenía una virtud que pocos delanteros tienen por extraño que parezca: entendía el juego, sabía “jugar al fútbol”, no sólo rematar y marcar; un delantero que decían que “bailaba” sobre un terreno de juego…
Un gol imposible… Y un tobillo maldito…
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