Un niño corretea por las calles de Baurú, Sao Paulo. Disfruta jugando al fútbol con sus amigos de la infancia y fantasea con llegar a vestir los colores del Santos. Se imagina marcando para el Peixe, haciendo enloquecer a las abarrotadas gradas del Estadio Vila Belmiro. Sueña con emular las jugadas de sus ídolos que escucha en el viejo transistor familiar. Desea lucir algún día la camiseta de la canarinha y vengar la derrota del fatídico Maracanazo. Sueña con ganar el Mundial y marcar el gol más bello que jamás se hubiese visto.
Antes de cumplir 16, Edson debuta y marca su primer gol con Santos. En menos de un año llega a la selección. Sus grandes actuaciones le llevan al Mundial de Suecia’58, donde se convertiría en Campeón del Mundo. Las lágrimas del imberbe jovenzuelo emocionado por la conquista darían la vuelta al mundo. El chico acababa de entrar en la historia.
En los siguientes años, Pelé se erigiría como el mejor jugador del mundo. Su palmarés engordaba a un ritmo vertiginoso, levantando una nueva copa Jules Rimet, dos Libertadores, sendas Intercontinentales y decenas de campeonatos nacionales. O Rei había cumplido (casi) todos los objetivos que se había marcado de niño.
Al Mundial de México ’70 llegó como estrella indiscutible del torneo. En su foro interior sabía que este sería el último y quería dejar huella. El destino le dio la oportunidad de cumplir sus últimas voluntades y en la semifinal, Brasil se enfrentaría con Uruguay. Los cariocas se imponían 3-1 al final del encuentro pero a La Perla Negra le quedaba una cuenta pendiente.
En las postrimerías del partido, un balón en profundidad le dejó solo ante el guardameta y Pelé decidió inventar lo nunca visto. A toda velocidad, ante la salida a la desesperada del cancerbero, pasó por encima del esférico sin apenas rozarlo, para dejar indefenso al incrédulo portero. Los 50.000 espectadores que abarrotaban el Estadio Jalisco asistían atónitos a lo que estaba sucediendo, nunca nadie había logrado zafarse de un rival de aquella manera tan espectacular.
Instantes después, el astro brasileño recogía la pelota con la mirilla puesta en la portería. Tan solo debía empujar la pelota para lograr el más bello gol jamás marcado. Disparó apuntando al ángulo para evitar que un defensor le aguase la fiesta, pero algo falló. Ajustó tanto que el balón paseó por delante de la línea de gol para acabar saliendo desviado lamiendo la cepa del poste.
El “10″ no se lo cree. Él es el mejor jugador de todos los tiempos. Lo ha ganado todo. Ha anotado más de 1000 tantos. Pero le va a quedar para siempre la espina de marcar aquel gol soñado.
Pelé nunca anotaría el mejor gol jamás visto.