El Fútbol Es Injusto · Mundial Brasil 2014
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Fútbol y progreso

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Seis décadas después de aquel histórico gol de Ghiggia que enmudeció Maracaná, la fiesta del fútbol regresa por fin a Brasil, territorio sagrado para el balón y epicentro del planeta durante las próximas semanas como anfitrión de un Mundial apasionante por la concentración de estrellas y las incógnitas deportivas, imposible vaticinar si Brasil se sacará la espina del Maracanazo, si Messi logrará encumbrar a su selección o si España será capaz de extender todavía más su brillante ciclo de victorias. Pero esta vez el Mundial es mucho más por el complejo clima social que vive un país que percibe el gigantesco campeonato como un derroche de dinero mientras las calles reclaman justicia, dignidad y democracia. Brasil, en definitiva, será diferente.

La fiesta en la idílica playa de Copacabana el día que Brasil fue designada como sede del Mundial dibujaba un camino de rosas que se ha evaporado durante los últimos meses porque el torneo se ha convertido en el icono de las sombras de un país donde reina la desigualdad. Los mismos brasileños que anhelaban la vuelta a casa del campeonato son los que ahora le dan la espalda, indignados por la desorganización de la cita, la improvisación, el retraso de las obras en las principales infraestructuras, el desfase presupuestario y las sospechas de corrupción en medio de un panorama de recortes en el sector público y el encarecimiento general de los servicios básicos.

Los opositores al Mundial critican la inversión de más de 8.000 millones de euros que ha supuesto la organización de un Mundial que no ha generado por el momento un impacto inmediato positivo en la economía del país. De hecho, el PIB per cápita ha retrocedido a niveles de 2010 y el gobierno de Dilma Rousseff se vio obligado a aprobar un recorte de más de 13.000 millones de euros para cumplir con el déficit. Las protestas, por ahora menos violentas que las que se produjeron durante la Copa Confederaciones se suceden en casi todos los sectores públicos a lo largo de todo el país. La huelga de los trabajadores del metro de Sao Paulo, escenario del partido inaugural, amenaza con sumir en el caos al Mundial desde el minuto uno.

«Existe una campaña sistemática contra el Mundial o, más bien, contra nosotros», explicaba recientemente la presidenta del país Dilma Rousseff, que ni siquiera acudirá a ese partido inaugural al entender que su presencia podría caldear todavía más el ambiente a la vista de lo que pasó hace un año en la Confederaciones, cuando los abucheos se sucedieron en los discursos de la presidenta -candidata a la reelección en las presidenciales de octubre- y de Joseph Blatter, mandamás de la FIFA.

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Vergüenza pública

Uno de los discursos más críticos contra la organización viene de un tipo respetado en Brasil como Romario -ahora metido en política- que ha llegado a decir el Mundial sería el «mayor robo de la historia del país». Pero no es el único. El escritor Paulo Coelho ha asegurado que no irá a ver ningún partido en directo. «Aunque tenga las entradas, no iré. No puedo estar dentro de un estadio sabiendo lo que sucede fuera con los hospitales, educación y todo lo que el clientelismo ha provocado», explicaba en una entrevista para O Globo. Ronaldo, que llegó a participar en algunos actos oficiales, ha confesado recientemente que se siente avergonzado por la capacidad de Brasil para cumplir con los plazos de las obras.

Los retrasos en las infraestructuras componen uno de los puntos de la indignación ciudadana, que se siente estafada porque el presupuesto inicial se ha duplicado, superando lo que costaron las dos anteriores Copas del Mundo juntas, y eso que una larga lista de obras en aeropuertos, autopistas o estaciones de ferrocarril no han finalizado o ni siquiera han comenzado, lo que ha disparado las alarmas en el Comité Olímpico Internacional a dos años de los Juegos Olímpicos. «No necesitábamos 12 estadios, con ocho bastaba. Cuando termine el Mundial algunos de esos estadios no se usarán. Eso es tirar el dinero, podían haberse constriuido hospitales y escuelas públicas», sentencia Mauro Silva.

Las protestas ciudadanas de los últimos meses han sido heterogéneas porque los indignados reclaman mejoras en sectores públicos básicos como la sanidad o la educación, lejísimos de los niveles de los países medianamente avanzados, además de clamar contra la brutalidad policial y la corrupción sistemática de las élites económicas y políticas en un país de enormes desigualdades. El Mundial, en algunos casos, ha abultado todavía más esa brecha social por culpa de la especulación inmobiliaria que ha encarecido los alquileres de los apartamentos medios en ciudades como Sao Paulo a 600 reales mensuales (unos 200 euros) mientras el salario mínimo apenas alcanza los 725 reales. Queda por ver si el inicio del Mundial, con el maratón de partidos, emociones y estrellas calmará los ánimos de los brasileños o, si por el contrario, termina de encender la mecha en la calle.

Candidatos al trono

Sobre el césped las incógnitas son muy distintas, inútiles las quinielas previas al campeonato porque el fútbol depara mil sorpresas. Más allá del Maracanazo, Brasil arroja el interrogante de si alguna selección europea será capaz de ganar por fin un Mundial en el continente americano. Todos los focos apuntan a una selección española que recibe todos los elogios por un ciclo irrepetible que parece ya en su recta final. La Confederaciones demostró que el combinado de Del Bosque no es infalible, y la irregular temporada de muchos jugadores del Barça plantea dudas sobre el nivel del equipo, especialmente en el plano físico, en un campeonato exigente desde el inicio por el duelo contra Holanda, reedición de la final de Sudáfrica.

Las dudas de España elevan la exigencia sobre Brasil, enchufadísima el año pasado en la Confederaciones y con motivaciones de sobra para levantar su sexto Mundial. Para ello será decisivo el papel de un Neymar que parece mucho más cómodo en la selección, donde juega y dirige como un auténtico líder, que en el Barcelona. El mayor enemigo de Brasil parece ese favoritismo que ya tumbó al equipo no hace tanto en el Mundial de Francia. Apuntan también muy alto la argentina de Leo Messi, temible por mucho que no haya brillado con la camiseta azulgrana, y la Alemania de un Joachim Low que parece uno de los equipos más completos de todo el campeonato.

Brasil no acaba ahí porque la constelación de estrellas parece infinita, de Cristiano Ronaldo a Mesut Ozil, de Andrea Pirlo a Luis Suárez o de Didier Drogba a Eden Hazard. Así hasta 736 futbolistas, 32 selecciones, 64 partidos y millones de aficionados con la ilusión de entrar en el Olimpo del fútbol. Brasil es mucho más que un Mundial.

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Victor Pérez

Victor Pérez

Licenciado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Fundador de FIFAChampions y administrador de El Fútbol es Injusto

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