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Múnich, Alemania. 7 de julio de 1974. Estadio Olímpico. Beckenbauer levanta como capitán alemán, la X Copa Mundial. Derrotado sobre el césped, uno de los mejores equipos que haya dado este deporte: La Naranja Mecánica. La selección holandesa, entrenada por Rinus Michels y comandada por Johan Cruyff, fue un ejemplo más de que no siempre el fútbol es un juego justo, dejándolos sin un título que por cualidades, atrevimiento, vanguardia y oficio, merecieron.
El espectáculo ofrecido durante el campeonato por esta pandilla de melenudos quedó guardado para siempre en la memoria del aficionado. Su primer partido del mundial —frente a Uruguay— fue su presentación al mundo. Los holandeses, inmiscuidos en su bien denominado fútbol total, hostigaron sin piedad a la celeste con un remolino de intercambios posicionales y una presión asfixiante nunca antes vistos en un terreno de juego. Todo el mundo quedó maravillado ante el despliegue físico y técnico de ese equipo. El intercambio de posiciones con el que volvían loco al contrario fue llevado tan al extremo, que los dorsales, —habitualmente ordenados en aquella época por la posición ocupada en el campo— fueron repartidos por orden alfabético, para desorientar aún más al rival.
Holanda consiguió durante este mundial una supremacía de la que nunca había sido propietaria. Para el recuerdo, además del partido de Uruguay, quedan los encuentros ante Argentina (4-0) y Brasil (2-0) en la segunda fase del torneo. Segunda fase en la que, por cierto, Alemania Federal evitó a Holanda gracias una derrota —intencionada o no— ante sus vecinos orientales de la RDA en el último encuentro de la primera fase. En la final, por fin, se verían las caras.
La final (a la que llegaron tras marcar 14 goles y encajar sólo 1) comenzó de forma inmejorable. Los tulipanes sacaron de centro y movieron la pelota sin que los alemanes fuesen capaces de tocarla. La jugada acabó en penal tras quince toques y una conducción larga de Cruyff —saliendo desde la posición de líbero—, que transformó Neeskens. Sin embargo, al descanso los germanos ya habían remontado. En la segunda parte se estrellaron una y otra vez con el cancerbero alemán Maier, sin conseguir mover el marcador. Cruyff, del que se dice que jugó lesionado durante gran parte del campeonato, fue sometido por las patadas de Vogts y la indulgencia del colegiado con éste.
Tan injusto fue el fútbol con la Holanda del ’74, como justicia le hizo la Oranje a este deporte. Porque a pesar de la gloria no alcanzada han prevalecido en el tiempo por encima incluso del campeón, gracias a un estilo tan soberbio y renovador que conmocionó al espectador y que permanece vigente aún hoy, 40 años después. Ese día nació la leyenda de un equipo inolvidable.
https://www.youtube.com/watch?v=B2AY6kOZbAk
Javier Ortega
Feliz con un balón entre los pies y una canción en la cabeza... Here, there, and everywhere.
Un niño corretea por las calles de Baurú, Sao Paulo. Disfruta jugando al fútbol con sus amigos de la infancia y fantasea con llegar a vestir los colores del Santos. Se imagina marcando para el Peixe, haciendo enloquecer a las abarrotadas gradas del Estadio Vila Belmiro. Sueña con emular las jugadas de sus ídolos que escucha en el viejo transistor familiar. Desea lucir algún día la camiseta de la canarinha y vengar la derrota del fatídico Maracanazo. Sueña con ganar el Mundial y marcar el gol más bello que jamás se hubiese visto.
Antes de cumplir 16, Edson debuta y marca su primer gol con Santos. En menos de un año llega a la selección. Sus grandes actuaciones le llevan al Mundial de Suecia’58, donde se convertiría en Campeón del Mundo. Las lágrimas del imberbe jovenzuelo emocionado por la conquista darían la vuelta al mundo. El chico acababa de entrar en la historia.
En los siguientes años, Pelé se erigiría como el mejor jugador del mundo. Su palmarés engordaba a un ritmo vertiginoso, levantando una nueva copa Jules Rimet, dos Libertadores, sendas Intercontinentales y decenas de campeonatos nacionales. O Rei había cumplido (casi) todos los objetivos que se había marcado de niño.
Al Mundial de México ’70 llegó como estrella indiscutible del torneo. En su foro interior sabía que este sería el último y quería dejar huella. El destino le dio la oportunidad de cumplir sus últimas voluntades y en la semifinal, Brasil se enfrentaría con Uruguay. Los cariocas se imponían 3-1 al final del encuentro pero a La Perla Negra le quedaba una cuenta pendiente.
En las postrimerías del partido, un balón en profundidad le dejó solo ante el guardameta y Pelé decidió inventar lo nunca visto. A toda velocidad, ante la salida a la desesperada del cancerbero, pasó por encima del esférico sin apenas rozarlo, para dejar indefenso al incrédulo portero. Los 50.000 espectadores que abarrotaban el Estadio Jalisco asistían atónitos a lo que estaba sucediendo, nunca nadie había logrado zafarse de un rival de aquella manera tan espectacular.
Instantes después, el astro brasileño recogía la pelota con la mirilla puesta en la portería. Tan solo debía empujar la pelota para lograr el más bello gol jamás marcado. Disparó apuntando al ángulo para evitar que un defensor le aguase la fiesta, pero algo falló. Ajustó tanto que el balón paseó por delante de la línea de gol para acabar saliendo desviado lamiendo la cepa del poste.
El “10″ no se lo cree. Él es el mejor jugador de todos los tiempos. Lo ha ganado todo. Ha anotado más de 1000 tantos. Pero le va a quedar para siempre la espina de marcar aquel gol soñado.
Pelé nunca anotaría el mejor gol jamás visto.
https://www.youtube.com/watch?v=nqxyh4DAwUY
Pablo Ortega
1987. Apasionado del fútbol. Redactor en El Fútbol Es Injusto.
Corría un 30 de Julio de 1966 en Wembley, Londres. Los anfitriones, de la mano de Bobby Charlton, se plantaban en la final tras quedar primeros de grupo para después eliminar a Argentina en cuartos y a la todopoderosa Portugal de Eusebio en semifinales. Hasta 9 goles marcó en aquella edición el delantero portugués. Pero fueron insuficientes para hacer campeona a su selección, que tuvo que conformarse con un tercer puesto ganándole la final de consolación a la Unión Soviética liderada por Lev Yashin.
En el otro lado esperaba la Alemania Federal, que también quedó primera de grupo y posteriormente había eliminado a Uruguay en cuartos y a la ya nombrada Unión Soviética en semifinales. Por aquel entonces era el menudo delantero Uwe Seeler quien capitaneaba a la Die Nationalelf. Un equipo donde ya jugaba un joven Franz Beckenbauer, titular en el centro de la zaga con tan solo 21 años y que marcó 4 goles durante el campeonato.
La final se presentaba con un gran espectáculo futbolístico, dos grandes selecciones europeas se enfrentaban cara a cara en el mágico Wembley. Alemania había ganado su primer Mundial (y por aquel entonces único) 12 años atrás en Suiza y querían revalidarlo ante una Inglaterra que llegaba por primera vez a una final.
La final no defraudó lo más mínimo. Helmut Haller, máximo goleador de aquel Mundial para los suyos con 6 tantos, adelantó a los alemanes a los 12 minutos, pero en el 18 empató Geoff Hurst, el hombre de aquella final sin duda. En el 78, Martin Peters desataba la locura en Londres con un gol que daba el título a los anfitriones, pero Wolfgang Weber empató en el 89. El mazazo fue terrible, y Alemania llegaba mucho más motivada a la prórroga con el gol in extremis del defensa del Koln.
Ya en la prórroga llegó el lío. Justo pasaba el minuto 100 de partido. En ese momento nació lo que hoy en día conocemos como “gol fantasma”. Alan Ball, el 7 de los three lions, se sacó un centro desde la banda derecha que bajó de manera sensacional Hurst dentro del área, con el 10 a la espalda, y se revolvió para enchufar el derechazo de su vida. El balón se estrelló en el larguero y botó en la misma línea de gol. Roger Hunt, que andaba por ahí en busca del rechace, ni se molestó en ir a por el balón y asegurarse que entraba, lo celebró teniendo claro que había sido gol. Pero el árbitro no lo tenía nada claro y rápidamente se dirigió hacia el asistente. Un simple linier que iba a cambiar la historia de todo un país. 96.924 espectadores en Wembley con el corazón en un puño esperando el veredicto de aquel juez de línea, nunca mejor dicho. Y Tofik Bakhramov dijo sí. Aquel linier azerbaiyano se convirtió en un mito en la historia de la selección inglesa de fútbol al concederle el 3-2 a Hurst ante las quejas de los alemanes. Ya en el último minuto de la prórroga, el propio Geoff Hurst puso la guinda al pastel con el 4-2 definitivo para los ingleses convirtiéndose en el único jugador hasta el momento en haber marcado un hat trick en una final de la Copa Mundial de Fútbol.
En aquel campeonato, podemos decir sin duda que el fútbol fue injusto para Alemania Federal, que vio como un linier le “regalaba” el gol de la victoria a los ingleses concediendo como legal un balón que nunca entró.
https://www.youtube.com/watch?v=0Uhe_l1h3w8
Nacho Fariñas Ribes
1993. Estudiante de Periodismo en @FCBlanquerna. Columnista en @Futbolesinjusto y redactor en @ISMagazine_. También Premier en @EPL_es y @Tercerequipo. Radio cada sábado al mediodía con @minaminuto.
Hasta la época dorada actual, el único título relevante en categoría absoluta de que podía presumir el fútbol español, era la Eurocopa de 1964. Por estas extrañas (o injustas) cosas que tiene el fútbol, esa misma generación fracasó estrepitosamente en el Mundial anterior, el de Chile 62. Cierto es que le tocó en suerte un grupo en el que estaban Brasil y Checoslovaquia que serían, a la postre, campeón y subcampeón, respectivamente, y que extrañas circunstancias concurrieron, especialmente, en el partido ante Brasil, pero el hecho es que España se volvió a casa tras la primera fase y como última de grupo.
Una única –y pírrica- victoria ante México fue nuestro único bagaje. Lo demás, derrota por 1 a 0 ante Checoslovaquia y por 2 a 1 ante Brasil, aunque este partido demuestra lo injusto que es el fútbol a veces. España logró adelantarse en el marcador en el primer tiempo y, mediado la segunda parte, hay una doble jugada que pudo haber cambiado el rumbo del partido: Primeramente, un penalty claro a favor de España que el árbitro sacó fuera del área. La falta se sacó desde el lateral derecho del área brasileña (según atacaba España) y, tras el subsiguiente despeje de la defensa brasileña, Adelardo cazó el balón con una espectacular tijera que se coló por la izquierda del portero brasileño. El árbitro anuló el gol sin que, a día de hoy, se sepa todavía el porqué. Hay quien habla de juego peligroso (¿?) y quien habla de falta al defensa en el despeje pero ninguna de las infracciones parece clara viendo las imágenes.
Tras esta doble jugada, el esfuerzo acabó pesándole a España y dos goles de Amarildo, curiosamente sustituto de Pelé, en los últimos minutos del partido, acabaron con las ilusiones españolas de pasar a la siguiente fase. La victoria de España hubiese volteado de forma espectacular la clasificación del grupo, ya que hubiese puesto a los nuestros en cuartos y dejado a Brasil, campeón vigente, fuera de los cuartos de final.
Una injusticia, una circunstancia, un no saber sobreponerse a este tipo de cosas, un no saber jugar a lo que se dio en llamar “el otro fútbol”. En definitiva excusas, explicaciones y justificaciones siempre presentes en los mentideros futbolísticos de nuestro país cuando de justificar fracasos en competiciones de alto nivel se trataba. Chile, su Mundial y la tijera de Adelardo sólo fueron una más. Hasta que aquella Eurocopa de 2008 rompió lo que muchos dieron en llamar el maleficio.
https://www.youtube.com/watch?v=iRvlc-JUcwQ
Matt Le Tisier
Apasionado del fútbol. Editor de elfutbolsegunmatt.wordpress.com. Socio del Atlético de Madrid.
El Mundial del 58 en Suecia, será recordado por la aparición de un jovencísimo Pelé, quien con 17 años levantaría la primera de sus tres Copas del Mundo (único jugador en haberlo conseguido). También es recordado por ser el Mundial en el que el francés Just Fontaine logró el récord de mayor número de goles en una sola edición: 13. Sin embargo, durante la competición sucedió una injusticia que ha sido olvidada con el paso del tiempo.
Ocurrió en las semifinales, que enfrentaban a la anfitriona Suecia contra la vigente campeona, la Alemania Federal. Los alemanes habían levantado su primer Mundial cuatro años antes, en Suiza, derrotando a los favoritos en la final denominada “el milagro de Berna”: la Hungría de Puskas, “los Magiares mágicos”, quienes llevaban 33 partidos sin perder y habían derrotado a Alemania 8-3 en la primera fase. Por lo tanto, el equipo que dirigía Sepp Herberger, quería volver a alcanzar la final. Ninguno se habría imaginado el partido que tenían por delante, que pasó a llamarse “la batalla de Gotemburgo” por lo vivido en el terreno de juego.
El estadio presentaba una atmósfera inmejorable, con un campo lleno hasta la bandera para animar a sus compatriotas suecos a llegar a la primera final de un Mundial en su historia. Verían como el partido se les ponía cuesta arriba cuando en el minuto 24, Hans Schäfer remacha a gol un tiro de su compañero Uwe Seeler. Transcurridos diez minutos después del gol, llegaría el momento que lo cambió todo: la injusticia. El veterano capitán de Suecia, Nils Liedholm, corta un pase con la mano. El árbitro no se percata de ello, y deja seguir la jugada ilegal, en la que Liedholm habilita a Skoglund para empatar el encuentro. Tras esta polémica, el encuentro se calentó en la segunda mitad. El defensor alemán Ernst Juskowiak, es expulsado en el minuto 59 tras una falta sobre Hamrin (a día de hoy, todavía es odiado en Alemania acusado de “piscinero”). Con un hombre menos, el encuentro se complicó más para los vigentes campeones, pues a falta de un cuarto de hora para el final del partido, el legendario Fritz Walter es lesionado tras una dura entrada. Lamentablemente, no pudo continuar, y los alemanes se vieron obligados a jugar el último tramo de las semifinales nueve contra once. Poco después, en el 80´ marcaría el 2-1 Gren, y a falta de dos minutos, el odiado Hamrin sentenciaría el pase a la final de los anfitriones.
De esta forma, los alemanes no pudieron defender su título ante Brasil y el adolescente Pelé. Por culpa de un gol que no debería haber subido al marcador, y tras un partido en el que todo lo que sucedió benefició a Suecia. Tuvieron que luchar por el tercer y cuarto puesto con el otro hombre del torneo, Just Fontaine. Cuatro años después del “milagro de Berna”, Alemania recordaría amargamente “la batalla de Gotemburgo”.
https://www.youtube.com/watch?v=00ka2xQ3n3E
Nota: este artículo no habría sido posible sin la la ayuda de Sergio Vilariño, un gran historiador del fútbol.
Domingo Pérez
Estudiante de turismo con vocación de periodista deportivo. Estopa como forma de vida. Gunner, canarión y coruñés de adopción. Redactor de @Futbolesinjusto 1993, Gáldar