El último milagro de el ‘Messías’
Tras la conquista de la Quinta Champions League este sábado, la que consumaba el segundo triplete de la historia azulgrana y que ha situado al Barcelona de la última década como un equipo monumental, seguir realizando alabanzas en torno a Messi y su figura es cada vez más complicado. Este argentino menudo, de carácter tímido y de gesto inexpresivo fuera de la cancha, es capaz de transformarse en un muchacho intrépido y seductor dentro de ella. Su valor durante estos diez años no ha sido sólo pulverizar registros inamovibles desde muchas décadas atrás, sino transformar un club gigante en uno que ya es eterno; poseedor, por fin, de sus propias hazañas legendarias.
El Barcelona había sido, históricamente, un equipo abocado al fracaso en la máxima competición europea. Las derrotas trágicas en las finales de Berna y Sevilla no hacían sino acrecentar la leyenda negra del equipo catalán en la Copa de Europa. La situación cambió radicalmente con la segunda irrupción de Cruyff en la historia del club, que implantó un estilo de juego desde la cantera al primer equipo que hoy permanece inamovible.
Fue el inicio de una época dorada con la conquista en Wembley (’92) de la Primera Copa de Europa, pero tuvo un fin prematuro dos años después, con la derrota estrepitosa del ‘Dream Team’ ante el Milán de Sacchi (4-0) en Atenas. El fatalismo culé en Europa volvió a tornarse en realidad hasta el año 2006. Por aquél entonces, un brujo brasileño, de sonrisa eterna, parecía ser el remedio a una tristeza irremediable que se resquebrajaba al ritmo de su samba. Ronaldinho fue el rey indiscutible de aquella segunda conquista en París y, aunque Leo había sido sólo un secundario de lujo, con 18 años ya se había mostrado al mundo como lo que era y es: un futbolista ingobernable.
Esa fue la primera Champions de Messi, en su primer año al completo con el primer equipo tras su venida redentora desde los potreros de Rosario. Con la abdicación del rey carioca en 2008 —que entregó su casaca con el 10 al rosarino— y la llegada del discípulo más aventajado de la religión cruyffista, las acciones milagrosas del pequeño Leo se sucedieron durante toda la temporada. La pulga desató tormentas de fútbol cómo y cuándo quiso, aunque los culés no olvidarán jamás sus nobles enseñanzas en el Bernabéu (2-6), ni su vuelo cósmico ante van der Sar para culminar la Tercera en Roma (2-0).
Para entonces, Leo ya había convertido a los agoreros y a los fatalistas en creyentes de pro. En fanáticos de una religión que Gamper instituyó, pero que Messi refundó para todo el barcelonismo. De su aura redentora se hicieron eco los diez apóstoles que salían cada domingo a predicar con él a un terreno de juego. Los más leales fueron dos casi tan grandes como él: Xavi (¡cuánto lo vamos a extrañar!) e Iniesta. Escoltado por estos dos fenómenos del fútbol la capacidad goleadora de Messi alcanzó en esos años cimas inexploradas hasta entonces, el juego del Barcelona se sublimó hasta el éxtasis y en consecuencia de todo ello, las vitrinas del Museu crecieron sin pausa para albergar copa tras copa. En esta unión a tres bandas —la santísima trinidad del ‘Barça’ de Guardiola—, se albergaba el misterio intangible de ese fútbol divino. Tan grandes fueron sus actuaciones a lo largo y ancho del planeta que hasta tuvieron el honor histórico de copar el podio del Balón de Oro, otra gesta sin precedentes en la historia del fútbol, gracias a la apuesta del club, 30 años atrás, por la Masía.
Ese mismo año, de la mano de otro recital en Liga ante el Real Madrid (5-0) y eliminando también a los blancos en semifinales de la Champions, llegó la Cuarta, de nuevo ante el United (3-1). La pulga volvió a marcar y se consagró por tercera vez como campeón de Europa. Al final de ese año marcaría un nuevo hito, siendo el primer jugador en ganar cuatro balones de oro y hacerlo, además, de forma consecutiva.
Los años posteriores a Guardiola dejaron dudas en torno al juego de Messi, que bajó considerablemente su nivel y se dejó dos pelotas doradas por el camino, aunque en dicho letargo volviese a hacer historia conquistando con Tito Vilanova una liga que se fue hasta los 100 puntos. Tras un año en blanco, la llegada de Luis Enrique no mejoró la situación. Tras un inicio de temporada irregular, con un un Barcelona titubeante y con Cristiano y el Madrid lanzados a por los títulos, todos lo dieron por muerto. Craso error. El salvador del Barcelona, el redentor de 115 años de historia, fue calumniado y ultrajado, sometido a un escarnio público que nunca mereció y desafiado públicamente por un Cristiano sin conocimiento de lo que significa la ira de Dios.
Corría el mes de enero del presente año cuando Messi se propuso poner fin a su descanso, levantar una temporada que parecía no iba arrancar nunca y aliarse en una delantera de ensueño con sus dos secuaces sudamericanos, que le arroparon para tapar las bocas de la mentira. Fue justo entonces cuando decidió resucitarse así mismo y comenzaron los seis meses más descomunales de juego del diez azulgrana. Los más completos de su carrera. Su fútbol se reinventó desde la banda izquierda y a su habilidad para decidir los partidos con goles estratosféricos se unió una nueva capacidad de armar el juego desde posiciones más retrasadas. Cada partido de esta temporada Leo ha predicado con el ejemplo de lo que debe ser un líder, el que le enseñaron Andrés y Xavi, repartiendo balones de gol como quién ofrenda panes y peces de una cesta que nunca se vacía. Inmiscuido en su nuevo rol, haciendo al equipo mejor aún con su juego, cuando el barcelonismo se quiso dar cuenta, ya se había hecho su voluntad: tenía al Barcelona a tiro de las tres competiciones y lo había convertido (Luis Enrique mediante) de un equipo sin alma a una colosal máquina de aniquilamiento.
El final de este evangelio blaugrana ya lo saben: Messi venció en Berlín, repitió triplete y consumó su último milagro para el barcelonismo. Además, con la Quinta el Barcelona obtiene la copa en propiedad y entra en el podio de conquistas en Champions, con la bendita sensación de poder mirar de igual a igual a cualquier equipo del continente. Diez años antes, justo cuando Messi llegó al primer equipo, el Barcelona guardaba en el Museu solamente una ‘Orejona’.
Parecía tan imposible entonces que hoy el Barcelona esté donde está (y donde merecidamente se ha ganado estar), como lo es hoy pensar que sin la llegada del rosarino algo de esto hubiera sido posible. Él ha dibujado con su zurda los sueños más truculentos del aficionado culé, que hoy se siente seguro sabiendo que mientras tenga a Lionel dentro de una cancha puede seguir soñando fuera de ella, porque el ‘Messías’ hará de su anhelo una realidad.
Javi Ortega