Franco Baresi, el último líbero
Cuando el portero ve al delantero contrario aproximarse al área, a punto de apretar el gatillo, la visión de una sombra apareciendo súbitamente para arrebatarle el balón produce un suspiro, y una sensación de alivio como la de un ángel de la guarda que siempre acude al rescate cuando ya parece todo perdido. Eso es lo que ocurría cuando el ‘seis’ rossonero entraba en escena: se convertía en el actor protagonista de un guión escrito para lucimiento de los delanteros más habilidosos, que una vez tras otra se veían superados por el salvavidas al que cualquier defensa desbordado pretende agarrarse.
Franco Baresi es parte de la historia del fútbol. Cuando llegó a probar al Inter de Milán junto a su hermano Giuseppe, se lo descartó por falta de físico; una lástima que los interistas no valorasen la inteligencia, y lo basaran todo en la estatura o la planta de un chico todavía en crecimiento. En Milanello, en cambio, no les importó, y tras 23 años de carrera en aquella casa, el arrepentimiento por aquella decisión es completamente inexistente.
“Con 18 años, ya era un veterano por su sabiduría futbolística”, recordaba Nils Liedholm, el técnico que lo hizo debutar en la Primera División italiana el 23 de abril de 1978, en Verona. Hasta la llegada de Berlusconi a la presidencia del club milanista, la de Arrigo Sacchi al banquillo, y con la autoridad y los galones de Baresi en el campo, no comenzó la etapa dorada del equipo rossonero, que dominó el fútbol europeo a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa. La defensa formada por Tassoti, Costacurta, Baresi y Maldini ya es parte de la leyenda del fútbol, donde Franco destacaba sobremanera; con el seis a la espalda, mandaba y ordenaba a sus compañeros, estableciendo una jerarquía táctica y grupal no vista durante muchos años.
Fue el mejor Milán de la historia, un equipo plagado de virtudes tácticas, posicionales e individuales. Sacchi utilizaba las bandas del equipo contrario como una trampa mortal a la hora de recuperar el balón. La línea de cal era un obstáculo insalvable para los rivales, cuando tanto van Basten como Gullit obligaban al central o mediocentro a bascular la pelota hacia la banda. Baresi era la extensión del técnico en el campo, estableciendo una jerarquía y un mando que sólo la sabiduría táctica y el momento adecuado para aplicar dicha sabiduría otorgan. Franco era el encargado de tirar la línea de fuera de juego asfixiando al pasador, provocando innumerables robos de balón que conllevaban el inicio de las jugadas ofensivas milanistas. El ‘seis’ era el dueño y señor de la defensa; el futbolista que anticipaba, leía las jugadas rivales para robar e incorporarse inmediatamente al ataque tocando el balón, jugando y tirando paredes.
Baresi no era un futbolista con unas condiciones espectaculares, ni con un físico superdotado, pero el trabajo y el sacrificio eran un dogma de cumplimiento ineludible. No se entiende de otra forma cómo, en la Copa del Mundo de Estados Unidos en 1994, es operado del menisco tras una lesión en la fase previa ante Noruega y consigue recuperarse en el sorprendente plazo de 20 días para disputar la final ante Brasil, donde es uno de los mejores de su equipo, pero fatídicamente falla uno de los penaltis gracias a los cuales los cariocas se proclaman reyes del planeta fútbol.
En 1997, tras 20 años de carrera profesional, Baresi colgó las botas, y el dorsal seis del gran capitán fue retirado por el club rossonero en homenaje al futbolista que tantas y tantas tardes de gloria había deparado al aficionado milanista; solamente Paolo Maldini comparte ese honor al haber sido retirado su número tres. En 1999 fue elegido mejor jugador del siglo XX por los tifosi italianos, otro reconocimiento a la excepcional trayectoria del futbolista. Baresi se ha situado por méritos propios como el defensa por antonomasia, a la altura sin ninguna duda de la figura de Franz Beckenbauer. Un individuo algo encorvado, con la camiseta fuera del pantalón, de poca estatura para su posición, de zancada amplia pero no demasiado estética, que aparecía en el último instante una vez superados sus compañeros de defensa para tapar el disparo que con certeza iba a producir la euforia de la afición contraria. Los ultras del Milan todavía continuan cantando “Un Capitano, c’è solo un Capitano” (un capitán, sólo hay un capitán).
Baresi es y será eterno, porque su imagen sobresaliendo entre los rivales para arrebatarles el balón, su ejercicio de autoridad, y su maestría para tomar la decisión correcta en el momento exacto y hacer que los demás la tomaran, debe servir como referencia a los jovenes aspirantes a ocupar la posición del centro de la defensa, y a no conformarse con tener una gran estatura, dominar el juego aéreo y ser correcto en el marcaje; ya que, si hubiese dependido sólo de esas características, Baresi nunca habría llegado al AC Milán, sino que hubiese sido un central como tantos otros en las filas del Inter. El líbero, como tal, es una especie extinguida víctima de la propia defensa zonal —aunque parezca una contradicción— entendiendo a aquél como el único futbolista que quedaba liberado del marcaje individual. Mientras tanto, la figura de Baresi en el gran Milán dominador de Europa mantendrá viva la creencia y seguridad de que el tiempo y el fútbol nos devolverá la intuición natural e innata de quien no toma decisiones dentro del campo con un manual táctico, sino que ejerce su profesión como alguien que alcanza la sabiduría y la excelencia a través del aprendizaje constante partido tras partido, para obtener la capacidad de interpretar los movimientos de los contrarios.
Miguel Mandías