Robert Enke, prisionero de sus miedos
El fútbol se convierte en algo irrelevante cuando nos citamos con la muerte. La depresión, simplificada al máximo, podemos catalogarla como un estado de ánimo negativo llevado al extremo. Por ello, parece complicado entender como un chico con unas condiciones extraordinarias para la práctica del fútbol pudiera entrar, sin causa aparente y a una corta edad, en una vorágine de caídas y recaídas que convirtieron su relación con el fútbol en una auténtica pesadilla.
Todo cambia cuando la diversión se convierte en profesión o en un camino que va directo hacia ella: la dificultad de convivir con el error se hace pesada como una losa. Si cualquier futbolista es partícipe en mayor medida del colectivo, el portero es, sin embargo, ese individuo al que se señala con el dedo; que parece que no forma parte de un conjunto, sino que su actuación es individual. Bajo los palos, la soledad se revela especialmente virulenta; los focos se ceban ante el actor principal que esa noche hubiese querido ser secundario. No hay opción de camuflarse en la vorágine del juego: la exposición pública es incuestionable.
Robert Enke era uno de los porteros alemanes con mayor proyección desde las categorías inferiores; cuando nos referimos al país teutón con personajes de la talla de Maier, Schumacher, Kahn o Neuer en la actualidad, nos pone en antecedentes del nivel requerido para crear esas expectativas. Los primeros síntomas del arquero aparecen con 16 años, cuando Robert no asimila un error que supone un gol. Con toda certeza, aquel niño que iba a todas partes con un balón nunca pensó que este le pudiese acarrear en el futuro problemas tan graves como los que derivaron posteriormente.
Tras sus inicios en el FC Carl Zeiss Jena, ficha por el Borussia Mönchengladbach, su primer club importante. En él, se encontró con el veterano Uwe Kamps, con quien debería pelear por el puesto. El miedo a competir y la falta de confianza en sus propias aptitudes le llevan a fingir una gripe en un momento determinado. Finalmente, Kamps se lesiona y Enke realiza una temporada espectacular a pesar del mal momento del equipo. Por ello, Jupp Heynckes, que se encuentra en el Benfica, le ficha con 21 años; tras firmar el contrato y constatar la repercusión mediática de su fichaje, vuelve el pánico: se quiere ir. Finalmente, tras reconducir la situación, Robert realiza la que probablemente sea su mejor temporada, llamando la atención de los grandes clubs europeos; Mourinho, en el Oporto, envía un informe favorable al FC Barcelona.
Van Gaal le ficha y un Enke lleno de confianza en sus posibilidades, luchará por la titularidad con Bonano y un joven Víctor Valdés; se sentía a gusto con él mismo y con la ciudad: “Creo que me voy a quedar mucho tiempo en Barcelona”. Cuando comienza la temporada, el entrenador holandés apuesta por el portero canterano. El alemán no lo entiende: se considera más maduro y capacitado, y la decisión es un revés que no sabe asumir. Poco después debutará en un partido de copa ante el Novelda, rival de la Segunda División B. Enke encaja tres goles, dos de los cuales tenían responsabilidad directa o indirecta del portero: el FC Barcelona es eliminado. En la rueda de prensa, un mal compañero, Frank De Boer, haría un desafortunado comentario: “Enke podía haber hecho más”.
La situación en Barcelona es la de un ciclo acabado antes de comenzar: sin la confianza del cuerpo técnico y de la afición, la cesión es la mejor solución. Entonces llega una oferta del Fenerbahçe y Robert hace las maletas en dirección a Turquía. En un estado anímico deplorable, el portero alemán encaja tres goles; el público la toma con él y le tira objetos. Tras tres semanas, Enke vuelve a Barcelona: está bajo tratamiento, la cama es su refugio y la oscuridad su aliada. Debe esperar hasta el mercado invernal para aceptar una oferta del CD Tenerife en Segunda División. En Tenerife, Robert renace: parece un paso atrás en su carrera pero hacia delante en su estado de ánimo. El clima y la luz dan vigor al germano y disfruta de la vida como hacía mucho que no sucedía. Además nace su hija Lara.
Al finalizar la temporada, vuelve a Alemania fichando por el Hannover 96, y en la primera temporada es nombrado mejor portero de la Bundesliga, superando a Oliver Kahn. De esta forma pasaba a luchar por el puesto titular de la selección germana con el portero del Bayern; Joachim Löw le señala como el elegido. Sin embargo, a un año del Mundial 2010 aparecen síntomas no achacables a su situación futbolística, ya que estaba en un gran momento: la muerte de su hija Lara unos años antes tendrá un papel fundamental. La depresión llega sin avisar, sin ser invitada; ya no es capaz de entrenar y vuelve a recurrir a la enfermedad. Es en Hannover cuando el suicidio empieza a dibujar su silueta en la cabeza atormentada de Robert Enke: así, el diez de noviembre de 2009 —tres días después de un enfrentamiento ante el Hamburgo SV— el portero alemán va al encuentro de un tren para no volver.
Con 32 años, un futbolista de élite era víctima de la depresión. El portero, a pesar de todo, eligió al fútbol consciente de que un tratamiento que se hiciese público podría acabar con su enfermedad, pero también con su carrera. La vida de Enke se convirtió en un continuo sube y baja, una lucha interna contra el miedo a fallar, el miedo a sentirse observado y señalado y, en definitiva, el miedo a fracasar; una batalla enterrada en el interior del hombre, disfrazada tras una máscara invisible y librada en la más absoluta de las oscuridades, donde el día sólo era la tregua que aguardaba a nuevas e inexplicables tinieblas.
El fútbol es un deporte que fragua ídolos a una velocidad de vértigo, pero muchos de ellos son de barro. Robert concluyó que la depresión sería interpretada como un signo de debilidad, de fragilidad y por ello se vió obligado a crear un personaje público, un otro yo inmune a los desvaríos del entorno propios de cualquier club de fútbol. La incompatibilidad del futbolista con la enfermedad hizo que Enke viviese en una clandestinidad perpetua que produjo efectos devastadores en su persona, donde en el exterior lucía un sol primaveral pero en el interior la tormenta no cesaba.
El ejemplo de Robert Enke nos debe servir para comprender que, detrás de la estrella que se desempeña en un espectáculo de masas —en este caso un futbolista, con una vida presuntamente idílica—, se esconde un ser humano como otro cualquiera, que sufre y padece hasta tal extremo de llegar a un callejón sin salida. El fútbol y la depresión deben ser compatibles; debemos concienciarnos de que es una “lesión” que necesita un periodo de recuperación y, lo más importante, comprensión. Si no, el fútbol no diferirá demasiado de un circo romano. donde los gladiadores no pueden mostrar sus puntos débiles. Humanicemos a los futbolistas y tratémoslos como lo que son: personas que pueden tener problemas y necesitar ayuda.
En el plano estrictamente futbolístico, la depresión probablemente nunca nos haya permitido ver la mejor versión de Robert Enke, y sólo podemos imaginar el nivel que habría llegado a alcanzar. Sus limitaciones eran obvias: es imposible centrarse en cualquier trabajo cuando una enfermedad está acechando a la vuelta de la esquina, y no sabes cuando será el momento en el que se abalanzará sobre ti. Por lo tanto, incluso el mejor Enke que hayamos podido ver durante su carrera, se me antoja imposible que se acercara a la mejor versión que, por condiciones y aptitudes, hubiera podido mostrar un Robert sano y cuya única preocupación hubiera sido evitar que un balón le sobrepasase para alcanzar el fondo de la portería. Pero eso ya nunca lo sabremos.
Miguel Mandías